sábado, 10 de agosto de 2013

Una guitarra enlutada - Murió Eduardo Falu

Me sobran cuatro letras para nombrar la guitarra: Falú. Cuatro letras que saben de un despliegue inventivo y sonoro que como un dios emociona cuando arranca a las cuerdas sonidos celestiales. Un apellido que es la historia misma de nuestro cancionero.

Corría el año 1923. Un jueves siete de julio el invierno acariciaba el río Juramento, al sur de la provincia de Salta. Y El Galpón era por entonces un pueblo hecho de siesta y canción. Fue el día que cuentan nació Eduardo Llamil Falú, eximio ejecutante de la guitarra, genial compositor y cálido cantor.

Un músico popular de dimensión universal. Un creador de expresiones folklóricas de alta sensibilidad y técnica rigurosa. Junto a los viejos duendes de su Metán de la infancia, pasaron sus primeros contactos con la guitarra.

Nacimos juntos al amor del pueblo,
Mis poemas con tu voz y tu guitarra.
Queríamos cantar sencillamente,
Como nuestros arroyos de montaña.

En su adolescencia, formó parte de uno de los primeros conjuntos de arte nativo que se formaron en Salta, se llamó Los Troperos, y lo integraba junto a Alberto Sanella, Loreto Gorosito, Tejerina, Emilio Ferrer y Luis Pezzini.

Más allá de la rítmica popular, en la que como instrumentista trepó hasta alturas de virtuoso, merece ser reconocido como uno de los más inspirados creadores de la música popular del mundo entero. Como cantor, su abaritonada voz sumó una creciente emoción en cada una de sus actuaciones. Desde su sangre siria al paisaje del noroeste, desde viejos romances a las coplas llegadas de España, alimentó el cancionero nativo con un notable caudal enriquecedor de ritmos y armonías.

En 1945 llegó a Buenos Aires, ofreciendo sus primeros conciertos. Con César Perdiguero, su compañero de secundaria y canto en las primeras épocas, compuso: “Tabacalera” (que fue el primer tema que grabó cantado), “India madre”, “Huaytiquina”, “Albahaca sin carnaval”, “La niña” y “Triste para Rosa de Unduavi”; con Buenaventura Luna “Copla de ausencia” y “Coquita y alcohol”, y es bueno aclarar que nunca formó parte de la Tropilla de Huachi Pampa, pero sí fue invitado a participar en uno de sus discos; con Manuel J. Castilla compuso “La volvedora”, “La atardecida” y “No te puedo olvidar”.

Poner en cada sílaba la música
que dicta la sangre cuando pasa
por nuestro corazón, el sentimiento
que es la constante universal humana.

Su primer disco LP es en el sello TK en 1955 (LD 55-002), conteniendo “Tema de baguala”, “Zamba de la Candelaria”, “Algarrobo, algarrobal”, “La Cuartelera”, “López Pereyra”, “Vidala del regreso”, “Tabacalera” y “Preludiando”. El  primer festival de Cosquín lo tuvo como actor principal en 1961.

Ofreció más de 200 recitales en Japón, donde viajó por primera vez en 1963. Estados Unidos lo recibió y consagró en 1964, entre otros países europeos. La obra  musical “Coronación del Folklore” con Ariel Ramírez y Los Fronterizos, es un compendio musical del país. La “Suite Argentina para guitarra, cuerdas, corno y clavecín” grabada con la Camerata Bariloche y el “Romance de la muerte de Juan Lavalle” con textos de Ernesto Sábato, jalonan todas las expresiones de un arte argentino superior.

El maestro Falú siempre ha tenido un extraordinario éxito de público y de crítica. Se ha destacado siempre el hecho que se trata no sólo de un intérprete exquisito, sino también de un extraordinario compositor. Un creador que ha gestado un modelo imperecedero de composiciones instrumentales, como “Preludio y danza”, “Contrapunteando”, “Villancico”, “El sueño de mi guitarra” y “Muerte y entierro del Pujllay”, entre otras obras de valoradas significaciones.

Respirar lo entrañable que nos duele
que es saludable ventilar el alma.
confesarnos con Juan de los palotes
decir por él, lo que hasta él mismo calla.


Su asociación con Jaime Dávalos le devolvió al cancionero nacional la fina poesía y su delicadeza musical, en temas como “Zamba de la Candelaria”, “Hacia la ausencia”, “La Caspi Corral”, “Cueca del arenal” “Rosa de los vientos”, “Tonada de un viejo amor”, “La nostalgiosa”, “Cuando se dice adiós”, “Sirviñaco”, “Las golondrinas”, “Trago de sombra”, “Vidala del nombrador” y “Resolana”, entre otras obras de maravillosos giros melódicos.

Musicalizó a Borges en “Hombre de antigua fe”, y sus versiones de “Ay, mi amor” con el “Chivo” Valladares, “A qué volver”, con Marta Mendicute,  “Canción del amor en zapatillas” con Gudiño Kieffer y “Tiempo de partir” con Albérico Mansilla, son verdaderos ejemplos de brillantez y componentes rítmicos que prestigian el movimiento popular de la historia de la  música, entre los 206 temas de su autoría.

Distinguido y premiado en numerosas oportunidades, su inmensa obra musical ha penetrado hace ya muchos años en el corazón telúrico del país, y sus cualidades de “bohemio de elegantes ademanes”, lo instalan en el escenario de los artistas que supieron ganarse la gloria, con la humildad de los grandes.

En la canción, dejar el testimonio
de la poesía que nos visitaba,
para que con fundamento cante el pueblo
y con el canto se despene el alma.

Salta con su tradición casi legendaria, con su paisaje de agrestes sugerencias, con su historia de héroes  y canciones, es fecunda para el talento creador de sus hijos, es el caso de Eduardo Falú, cuyos valores guitarrísticos bullían en su espíritu gozoso y triunfal.

Hizo su debut en radio El Mundo en dúo con César Perdiguero, un 3 de mayo de 1945, y desde entonces el éxito lo acompañaría constantemente en todas sus presentaciones: en radio, teatro, televisión y cine. Fue sembrando su camino de triunfos hasta que su prestigio y renombre traspasaron las fronteras de la patria, adquiriendo fama internacional.

Se sintetizan en Eduardo Falú dos corrientes guitarrísticas: lo popular y lo clásico, otorgándole nuevas dimensiones a la música autóctona y tradicional.  Un intérprete cuyo dominio y recursos técnicos jerarquizan cada uno de sus temas, revelándose su maestría en la ejecución, con una profunda voz en cada una de las  canciones recordándonos al hombre de campo, a los viejos gauchos cantores.

Cantar claro, bien claro, que se sienta
la hondura a que llegaron las palabras
que la profundidad cuando es oscura
puede ser solo dimensión negada.

El 30 de diciembre de 1974 aparece el libro “Eduardo Falú”, de León Benarós, editado por Júcar en España. “Este genio de la música popular es el que ahora ustedes pueden conocer a través de un libro, gracias a los testimonios y documentos que aquí se han reunido, merced al valioso estudio de León Benarós”, palabras de Ernesto Sabato.



Detallar todas sus obras sería un largo camino de éxitos que han marcado el destino de nuestro cancionero, porque aparte de los ya nombrados supo  componer con Atahualpa Yupanqui, José Ríos, León Benarós, Gudiño Kieffer, Francisco Berra, Doi Rinkychi, Díaz Villalba, Hugo Alarcón, Hugo Ovalle, entre otros jerarquizados poetas.


Ha partido el gran maestro el 9 de agosto, cuando la pachamama andaba  bendiciendo los pueblos andinos todavía, y un otoño con sus hojas caídas doraba el atardecer porteño. Y me quedo pensando en ese mundo recorrido con su guitarra compañera, actuando en tantos países y tantos escenarios. Y lo veo irse por el “fondo de la calle un cerro; pero encuentro el cielo y nada más”.

Por eso Eduardo, nos iremos juntos
sobre los cuatro rumbos de la patria
a destapar el polvo del olvido
yo con mis versos, vos con tu guitarra…

Y al volver la mirada atrás, repaso la vida de Eduardo Falú, y todo es un fluir de canciones inolvidables que en un íntimo sentimiento permanece aferrado a la memoria del pueblo, reconociéndolo como a uno de sus hijos más dilectos dentro de nuestro inmenso territorio folklórico. Que en paz descanse.

                                                                             
Juan Carlos Fiorillo
Para Fokloreadas Digital
                                                                    Buenos Aires, 10 de agosto de 2013

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